Comentario
Prácticamente todas las diferencias que existen entre la Historia tradicional y la Prehistoria radican en sus distintos sistemas de obtener información acerca de las sociedades pretéritas. Durante mucho tiempo se ha sostenido que, a falta de documentos escritos, el prehistoriador ha tenido que recurrir a los restos arqueológicos como fuente exclusiva de documentación, mientras que el historiador sólo se sirve de la Arqueología, mal llamada ciencia auxiliar, para completar algún punto conflictivo de sus investigaciones o para sacar a la luz fragmentos materiales del pasado. En la actualidad esto es sólo una simplificación por varios motivos. El primero, porque la Arqueología es casi la única fuente de la que dispone la Historia para documentar el aspecto más desconocido de nuestro pasado: la vida cotidiana, cuyos vestigios son el principal componente de los yacimientos arqueológicos. El segundo, porque la Prehistoria obtiene información de otras fuentes, aunque es cierto que la Arqueología prehistórica tiene un notable peso específico en sus reconstrucciones culturales, hasta el punto de que, en la práctica, la mayor parte de los prehistoriadores son también arqueólogos, cosa que no sucede con los historiadores.
La Arqueología contemporánea es una actividad altamente tecnificada que exige un poderoso despliegue de medios. Como los yacimientos arqueológicos son bienes relativamente escasos y muy valiosos a nivel cultural, porque se destruyen al excavarlos, su investigación exige una cuidadosa documentación de todas las evidencias encontradas y cuya omisión causaría una pérdida irrecuperable. Hay que tener en cuenta, además, que el arqueólogo hoy en día no sólo encuentra vestigios culturales (la denominada cultura material), sino también descubre huesos humanos o de animales, sedimentos, carbones, restos de origen vegetal, a veces microscópicos (pólenes) y estructuras de tipos diversos.
Son los análisis de laboratorio sobre cada uno de estos elementos los que permiten reconstruir no sólo los distintos procesos que han formado el yacimiento, sean de origen antrópico o natural, sino también el entorno del mismo (tipo de vegetación, clima de la época, asociaciones faunísticas...) y su explotación por parte de los pobladores primitivos. Esto sólo es posible gracias a los estudios paleontológicos, geomorfológicos, geoquímicos, sedimentológicos y paleoecológicos efectuados sobre los materiales y muestras recuperados durante la excavación, que proporcionan en estos momentos una cantidad de información cada vez mayor al prehistoriador. A cambio, las excavaciones arqueológicas son cada vez más lentas puesto que la minuciosidad que exigen las nuevas técnicas de muestreo y registro son incompatibles con los métodos expeditivos del pasado.
El establecimiento de cronologías precisas, labor que resulta básica para interpretar cualquier proceso histórico, se ha visto facilitado en los últimos años gracias a la incorporación de las técnicas radiométricas, que permiten precisar, con un cierto error estadístico, los años transcurridos desde determinados eventos (la muerte de un ser vivo, el calentamiento de un material, la cristalización de determinados minerales...). Estas técnicas de datación, derivadas de los espectaculares avances de la física atómica en la posguerra, son muy variadas y continuamente están siendo sometidas a refinamientos y calibraciones para hacerlas más precisas. La más conocida, sin duda, es el carbono-14 (C,4), puesta a punto por Libby hace treinta años, que mide la cantidad de ese isótopo presente en cualquier sustancia de origen orgánico, pero que tiene el inconveniente de no tener resolución más allá de los 50-70.000 años, límite en el que los periodos de semidesintegración del C,4 hacen que la cantidad residual sea inapreciable. Además, es relativamente susceptible a las contaminaciones, lo que falsea la cifra obtenida en el laboratorio. Otros métodos como la termoluminiscencia (TL), el Potasio-Argón (K/Ar) o el Uranio-Thorio (U/Th), entre otros varios, cubren lapsos de tiempo mayores, aunque sólo pueden ser utilizados sobre ciertos materiales que no siempre están presentes en los yacimientos arqueológicos. Las fechas radiométricas suelen expresarse, por convención, en años antes del presente o B.P. (del inglés before present), aunque pueden convertirse en años antes de Cristo restándoles 1950 años.
Por último, no puede olvidarse que uno de los sistemas más fructíferos en la reconstrucción cultural de las sociedades prehistóricas es lo que en otras ciencias se denomina método actualista, que parte de la idea de que los procesos vigentes en la actualidad son válidos, dentro de ciertos límites, para explicar los acontecimientos del pasado. En el caso de la Prehistoria, interesada especialmente en los procesos de tipo social, el actualismo se lleva a cabo mediante el examen de las evidencias que aportan los pueblos primitivos actuales, cuyas respuestas culturales son en definitiva los modelos con los que se compara la evidencia arqueológica.